Desde finales del siglo XIX, empresas como De Beers, Rio Tinto y otras más, monopolizaron el mercado del diamante extraído de la explotación minera en países africanos en conflicto.  Más adelante, a lo largo del siglo XX, la industria del cine y sus actrices más reconocidas, como Marilyn Monroe y Audrey Hepburn afianzaron aún más la popularidad de esta codiciada piedra. 


El problema con este fructífero mercado era de índole más bien ética: la venta del diamante a precios estratosféricos creó una élite social y económica, dando como resultado un lucrativo mercado a costillas de los conflictos armados y las extremas condiciones de pobreza de países como Sierra Leona, Liberia, Botsuana, entre otros. Por ello, los diamantes provenientes de estos territorios fueron conocidos como “diamantes de sangre”, haciendo alusión a la explotación humana y económica que hacían posible su extracción y venta entre las élites norteamericanas y europeas.


Aún con este conflicto a la vista de todo el mundo, el mercado del diamante extraído de la minería continuó su curso normal hasta que en el año 2000 fue firmado por 49 países el Proceso de Kimberley, acuerdo mediante el cual se garantizaría una certificación de que los diamantes vendidos por las empresas más grandes no eran extraídos de países en conflicto, dando así seguridad al cliente de que su joya no era un “diamante de sangre”.  


No obstante, la corrupción de las empresas y la existencia de regímenes autoritarios en el territorio africano, volvieron relativamente fácil el lavado de piedras preciosas en países como Botsuana, en donde las gemas eran vendidas a cambio de armas con las que se perpetuaban los conflictos sociales. La Global Witness denunció la complicidad de las empresas con estos regímenes africanos que permitían la extracción de diamantes mediante la explotación humana, por lo que salió del Proceso de Kimberley en 2012. 


Con ese dato en mente, es muy evidente que aún con el Proceso de Kimberley en vigor, probablemente la compra de un diamante natural implique la explotación humana y la perpetuidad de los conflictos africanos por la extracción de “diamantes de sangre”. Ante este escenario, la única solución contundente parece estar dentro de los laboratorios de piedras preciosas como el diamante y la Moissanita.


En el caso del diamante, este ha sido producido  “artificialmente” desde 1954, sin embargo su uso había sido mayormente industrial en la fabricación de sierras y otras herramientas. No obstante, en el transcurso del siglo XXI su uso como alternativa ética y accesible al diamante ha popularizado su uso en la joyería, lo que ha puesto en jaque al mercado del diamante natural y ha obligado a los monopolios como De Beers a crear una línea alternativa de diamantes de laboratorio, para no quedarse atrás en la carrera por el posicionamiento en este mercado. 


Actualmente podríamos decir que, aunque en el mercado de diamantes, los naturales siguen siendo altamente rentables, la introducción del diamante de laboratorio en la joyería ha tomado un porcentaje significativo del mercado. Sin embargo, la extracción y comercialización de los diamantes naturales siguen estando controladas por un pequeño grupo de empresas, lo que les permite mantener costos elevados sin la regulación y competencia de un mercado justo, por lo que al consumir diamantes naturales estás pagando por precios artificialmente elevados. 


Gracias a que las piedras como la Moissanita y el diamante creado en laboratorio han cobrado considerable importancia en los últimos años dentro del mundo de la joyería, la industria de los diamantes naturales se ha visto forzada a reducir ligeramente su volumen de extracción, así como sus precios de venta, para poder competir dentro del mercado actual; y probablemente lo seguirán haciendo durante las siguientes décadas, hasta finalmente entrar en una regulación forzada por un mercado más justo y responsable en el ámbito social y ambiental.

Esto significa que cada vez que adquieres una gema creada en una laboratorio, no solo estarás portando en tu mano un anillo ético, sino que estarás también contribuyendo a que la oligarquía de extractores vea que cómo su público se siente cada vez menos atraído por el mercado de las piedras minadas y migren con mayor prontitud hacia el mundo de la joyería ética y responsable.

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